Por: Fernnado-x Arteaga
La siguiente historia es una fantástica odisea más en la vida juvenil de un duende, donde la fantasía se conjuga con la rutina de la realidad de una pequeña ciudad de la provincia del Carchi; nuestra misteriosa San Gabriel, donde no solo transitan los sabores de un tiempo citadino sino que tras una geografía prodigiosa de campos verdes y cielos de arreboles lo desconocido existe en las dulces leyendas que aún son nuestras. Erase una vez, cuando en la majestuosidad de Montúfar se escucha el blanco trinar de las golondrinas y el retumbar constante de una brillante cascada llamada Paluz que entre sonidos naturales despiertan al dormilón de un duendecillo. El sol empieza a levantarse con sigilo y con él un apuro para dirigirse al colegio.
El
pequeño duende empieza por vestirse velozmente; escoge su mejor traje:
pantalones amarillos como las naranjas, camisetas verdes cual tierno brócoli
y su más elegante, y gran sombrero, tan oscuro como la noche pero
fragante como el amanecer. Su madre muy diligente, con el paso de los años en
su rostro, le da la colación para que su querido duendecito disfrute del
quehacer estudiantil sin ningún pretexto. Muy apurado, allí va al colegio de
hechizos y encantos para aprender a ser en el futuro un duende orgullo de su
madre; además para que a todas las sangabireleñas las enduende y sepa escoger
muy bien a las rubias y bermejas de una manera sin igual.
Al
llegar al colegio ubicado entre dos puntiagudas quebradas se ve entre la
fría y perfumada neblina al bravo inspector que a pesar de faltarle la cabeza
es muy inteligente y exigente. Con la seriedad en su voz quebradiza lo
hace entrar por que no puede perderse, por ningún motivo, la clase con la
hermosa y vieja bruja de enduedamiento. Todos atentos escuchan a la
maestra, con su singular forma de enseñar, con voz cual loros del amazonas,
pues les enseña teóricamente en un principio porque la próxima clase será práctica
en los montes cercanos a la ciudad. Tengan cuidado todas esas
mujeres bonitas con ojos grandes y rubias porque nuestro duende va a practicar
el arte del enduendamiento muy pronto.
Termina
la clase, el sonido de las campanas empieza a sonar y todos salen a jugar
y no crean que solo en la realidad jugamos a los trompos, en este mundo
fantástico nuestros amigos juegan también a la rayuela, a las bolas, al salto
de la soga; pero claro con el toque de la magia, pareciese que los duendecillos
bailaran todo el tiempo en el aire.
El
duende y su gran amigo el guagua auca también juegan gozosamente y
planifican algo realmente insospechado. En fin, todos se divierten hasta cuando
ven venir al descabezado inspector que con un estruendo petrificante
obliga a ir a la próxima clase.
En
el aula todos inquietos esperan venir al paciente maestro de brujología que
con sus cuatrocientos años encima tarda en explicar que el día de hoy
rendirán una prueba sorpresa. Todos alarmados empiezan a temblar. El profesor
les da las pruebas y rinden tranquilamente, sobre todo el guagua auca que es un
muchacho muy responsable. Mientras contestan cada pregunta el duende intenta
copiar pero nadie le avisa. El maestro muy audaz se da cuenta de las malosas
intenciones del duende al sorprenderlo copiando al guagua auca por
lo que castiga al duende y a su amigo que no tiene la culpa pero
igualmente les quita la prueba a los dos y los manda sacando del aula.
Minutos
después es hora del segundo, pero no menos, divertido recreo. Todos salen a
refrescar su mente. Muchos convierten las piedras en pan, esconden tesoros en
las cascadas o juegan asustando a los borrachos. Sin embargo, algo traman
el duende y el guagua auca. Conversan sigilosamente y en un momento inesperado
se escapan del colegio, cruzan el muro y caminan rápidamente. Conversando pasan
un sinfín de verdes lomas, cual algodones de hojas y en las orillas clareadas
del río San Gabriel el duende se encuentra con su novia la llorona que
también se había escapado de su colegio de señoritas. Este fue, un plan
muy planificado. El guagua auca los deja solos y ellos a la luz del
mediodía conversan tanto que no hay hechizos en el mundo que expresen su amor
verdadero. No tienen sentido del tiempo y deciden irse a bailar a un
lugar especial, donde los sonidos se vuelven colores y los colores toman
formas inconcebibles, donde se congela el tiempo y llueve cual granizo
achocolatado, en el fasinante “Bosque de los Arrayanes” en una discoteca muy
visitada por el guagua auca, las huacas, el diablo, los duendes, la vieja del
monte, a todos les gusta este lugar porque ponen música ecuatoriana para todos
los gustos y todas las edades, desde los principios de la vida mágica. Bailan
la canción sangabrieleña al ritmo del trío los Romanceros, que por cierto ya ni
se la escucha en San Gabriel, pero bueno siguiendo con la historia, cansados de
bailar se van a tomar un cafecito de chuspa cerca de la Laguna del Salado en un
lugar donde ofrecen la mejor comida. Y créanme que comen mejor que nosotros.
El menú que hoy a preparado la viuda negra es morocho, sopa de quinua, el arroz
de cebada, de dulce y de sal, unos choclitos con queso y agüita de panela;
pero los dos enamorados toman solamente café con tortillas de
tiesto disfrutando del paisaje lagonil del salado. Pasan una tarde inolvidable
y se dan cuenta que la noche está a punto nacer. El duende muy preocupado
se despide de su novia la llorona y que por el adiós su llanto se escucha hasta
en la capital de los ecuatorianos. Con pena en el alma convirtiendo las
pequeñas piedrecillas de los chaquiñanes en moras se dirige a
su casa, donde su madre furiosa lo espera con el cabresto, no para darle duro
sino para hacerlo tener miedo.
El
duende nervioso lentamente entra a la casa, todo estaba obscuro y desde esa
fragancia opaca provenía la vos de su madre enojada y angustiada. Lo
castiga a no salir con sus amigos un mes y menos con la llorona, pues
piensa que no es una buena influencia para él. Cabizbajo y vació se dirige a su
cuarto pero alegre también por que sabe que pasó momentos inolvidables con
quien más quiere en lugares envidiados por muchos no ecuatorianos, en una
naturaleza hermosa, pura, prodigiosa, mágica y eternamente fresca. Nuestro
amigo el duende solo pide que estos lugares no los maltraten y que los
cuiden; cree también que su mundo siempre perdurará porque él
dejará de existir únicamente cuando los montufareños se olviden de su rica
mitología, y aquello jamás pasará. Nuestro duende morirá si nos olvidamos de
él. Así termina una historia más de los cien años de descendencia montufarña en
la vida de un enamorado duendecillo.