Por: Fernando-x Arteaga
La luz del sol baja desde el cielo,
calentando las planicies de mi cuerpo.
El viento acaricia las hojas de los
árboles,
dibujando la danza de la vida.
La tarde termina y mi aliento te
busca,
contemplando la espalda del tiempo.
Distantes nuestras miradas se pierden,
en la desdicha del frío somnoliento y
enfermo.
Dónde dejamos aquel soplo de vida de ensueños,
dónde se perdieron las mariposas del camino.
Miro la hoja escrita de nuestro
pasado,
y se rompe en minutos cada palabra.
Te pienso y pinto nuestras sonrisas
extintas,
mientras intento recoger nuestros
pasos;
pero me siento derrotado sin esperanza
alguna,
me siento translucido con la sangre
difunta
cargando errores, y pisadas llenas de
llanto.
Así se obscurece el alma con el mismo tono del día.
El sonido de nuestra voz es más débil
que la brisa.
Las melodías colapsan en notas sin clave,
y este
amor se resquebraja entre nuestras manos,
sintiéndose huérfano con el color evaporado.
Mientras el desconcierto invade
nuestro pentagrama
dejamos que la música del amor se vuelva efímera.
Pronto te veré con el fin de la tarde
y el caer de las hojas.
No tendré palabras para abrazar tus suaves
labios.
Sufriré la angustia de tu presencia
intangible,
mientras mis células tiemblan llenas
de ilusión.
Se acerca el momento y se me arranca
la vida;
será injusto cerrar este libro con
frases desaparecidas.
No quiero desbrozar las llanuras de
este amor,
sin antes volverlo a caminar juntos. ¡Otra vez!
Sembrar quisiera sobre nuestra tierra nuevas sonrisas,
y recogernos las miradas y sintir las melodías más dulces.
Ven conmigo y contemplemos el fulgor
del sol sobre el cielo.
¡Ten compasión de este nostálgico
verano!
Quito, Agosto, 2016