sábado, 21 de mayo de 2011

Un día de Duende

Por: Fernnado-x Arteaga

La siguiente historia es una fantástica odisea más en la vida juvenil de un duende, donde la fantasía se conjuga  con la rutina de la realidad de una pequeña ciudad de la provincia del Carchi; nuestra misteriosa  San Gabriel, donde no solo transitan los sabores de un tiempo citadino sino que tras una geografía prodigiosa de campos verdes y cielos de arreboles  lo desconocido existe en las dulces leyendas que aún son nuestras. Erase una vez, cuando en la majestuosidad de Montúfar se escucha el blanco trinar de las golondrinas y el retumbar constante de una brillante cascada llamada Paluz que entre sonidos naturales  despiertan al dormilón de un duendecillo. El sol empieza a levantarse con sigilo y con él un apuro para dirigirse al colegio.

El pequeño duende empieza por vestirse velozmente; escoge su mejor traje: pantalones amarillos como las naranjas, camisetas verdes cual tierno brócoli y  su más elegante, y gran sombrero, tan oscuro como la noche pero fragante como el amanecer. Su madre muy diligente, con el paso de los años en su rostro, le da la colación para que su querido duendecito disfrute del quehacer estudiantil sin ningún pretexto. Muy apurado, allí va al colegio de hechizos y encantos para aprender a ser en el futuro un duende orgullo de su madre; además para que a todas las sangabireleñas las enduende y sepa escoger muy bien a las  rubias y bermejas  de una manera sin igual.

Al llegar al colegio ubicado entre dos puntiagudas quebradas  se ve entre la fría y perfumada neblina al bravo inspector que a pesar de faltarle la cabeza es muy inteligente y  exigente. Con la seriedad en su voz quebradiza lo hace entrar por que no puede perderse, por ningún motivo, la clase con la hermosa y vieja bruja de enduedamiento.  Todos atentos escuchan a la maestra, con su singular forma de enseñar, con voz cual loros del amazonas, pues les enseña teóricamente en un principio porque la próxima clase será práctica en los montes cercanos a la ciudad. Tengan cuidado   todas esas mujeres bonitas con ojos grandes y rubias porque nuestro duende va a practicar el arte del enduendamiento muy pronto.

Termina la clase, el sonido de las campanas empieza a sonar  y todos salen a jugar y no crean que solo en la realidad jugamos a los trompos,  en este mundo fantástico nuestros amigos juegan también a la rayuela, a las bolas, al salto de la soga; pero claro con el toque de la magia, pareciese que los duendecillos bailaran todo el tiempo en el aire.
El duende y su gran amigo el guagua auca  también juegan gozosamente y planifican algo realmente insospechado. En fin, todos se divierten hasta cuando ven venir al descabezado inspector que con un estruendo petrificante obliga  a ir a la próxima clase.
En el aula todos inquietos esperan venir al paciente maestro de brujología que  con sus cuatrocientos años encima tarda en explicar que el día de hoy rendirán una prueba sorpresa. Todos alarmados empiezan a temblar. El profesor les da las pruebas y rinden tranquilamente, sobre todo el guagua auca que es un muchacho muy responsable. Mientras contestan cada pregunta el duende intenta copiar pero nadie le avisa. El maestro muy audaz se da cuenta de las malosas intenciones del duende al sorprenderlo copiando al guagua auca  por  lo que  castiga al duende y a su amigo que no tiene la culpa pero igualmente les quita la prueba a los dos y los manda sacando del aula.

Minutos después es hora del segundo, pero no menos, divertido recreo. Todos salen a refrescar su mente. Muchos convierten las piedras en pan, esconden tesoros en las cascadas o juegan asustando a los borrachos. Sin embargo,  algo traman el duende y el guagua auca. Conversan sigilosamente y en un momento inesperado se escapan del colegio, cruzan el muro y caminan rápidamente. Conversando pasan un sinfín de verdes lomas, cual algodones de hojas y en las orillas clareadas del río San Gabriel el duende  se encuentra con su novia la llorona que también se había  escapado de su colegio de señoritas. Este fue, un plan muy planificado. El guagua auca los deja solos y ellos  a la luz del mediodía conversan tanto que no hay hechizos en el mundo que expresen su amor verdadero. No tienen sentido del tiempo y deciden irse a bailar  a un lugar especial, donde los sonidos se vuelven colores  y los colores toman formas inconcebibles, donde se congela el tiempo y llueve cual granizo achocolatado, en el fasinante “Bosque de los Arrayanes” en una discoteca muy visitada por el guagua auca, las huacas, el diablo, los duendes, la vieja del monte, a todos les gusta este lugar porque ponen música ecuatoriana para todos los gustos y todas las edades, desde los principios de la vida mágica. Bailan la canción sangabrieleña al ritmo del trío los Romanceros, que por cierto ya ni se la escucha en San Gabriel, pero bueno siguiendo con la historia, cansados de bailar se van a tomar un cafecito de chuspa cerca de la Laguna del Salado en un lugar donde ofrecen la mejor comida.  Y créanme que comen mejor que nosotros. El menú que hoy a preparado la viuda negra es morocho, sopa de quinua, el arroz de cebada, de dulce y de sal, unos choclitos con queso y agüita de panela; pero  los dos enamorados toman solamente  café  con tortillas de tiesto disfrutando del paisaje lagonil del salado. Pasan una tarde inolvidable y se dan cuenta que la noche está  a punto nacer. El duende muy preocupado se despide de su novia la llorona y que por el adiós su llanto se escucha hasta en la capital de los ecuatorianos. Con pena en el alma convirtiendo las pequeñas piedrecillas de los chaquiñanes  en moras   se dirige a su casa, donde su madre furiosa lo espera con el cabresto, no para darle duro sino para hacerlo tener miedo.

El duende nervioso lentamente entra a la casa, todo estaba obscuro y desde esa fragancia opaca provenía la vos de su madre enojada y angustiada. Lo castiga  a no salir con sus amigos un mes y menos con la llorona, pues piensa que no es una buena influencia para él. Cabizbajo y vació se dirige a su cuarto pero alegre también por que sabe que pasó momentos inolvidables con quien más quiere en lugares envidiados por muchos no ecuatorianos, en una naturaleza hermosa, pura, prodigiosa, mágica y eternamente fresca. Nuestro amigo el  duende solo pide que estos lugares no los maltraten y que los cuiden;  cree también que su mundo siempre perdurará porque  él dejará de existir únicamente cuando los montufareños se olviden de su rica mitología, y aquello jamás pasará. Nuestro duende morirá si nos olvidamos de él. Así termina una historia más de los cien años de descendencia montufarña en la vida de un enamorado duendecillo.